miércoles, 30 de julio de 2014

Bangkok with no honey

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El señor Lee es uno de los pocos taxistas de Bangkok que acepta cobrar por metro. El resto de los choferes de esta ciudad prefiere el sistema del regateo. Este consiste en poner un alto precio por tramo, escuchar la contraoferta del turista y negociar un monto en un sobreactuado ritual que deja conforme a ambas partes. Sin embargo, por más que el pasajero sienta que ha logrado bajar enormemente el precio inicial, este sistema deja mucho más rédito al chofer que el taxímetro mismo. El tramo que va desde la céntrica calle Rambutti hasta el Shopping Siam Parangon costará, en el mejor de los regateos, 46 pesos. Con el otro sistema, máximo 30.

Lee no se prende al juego. “I don´t cheet you. You don`t cheet me. Cheeting, Laying. Not good”, expresa en un inglés de segundo año de academia. Nacido en la isla de Hainan, China, 86 años atrás, el hombre se vino a Bangkok por una cuestión elemental: tenía hambre. Fue a los 56, en la época de Mao Tse Tung, de quien prefiere no hablar. Cuando le pregunto qué opina del hombre que instauró la revolución comunista en China, cambia radicalmente de tema. Algo similar a lo que me sucedió en Laos, cuando preguntaba a la gente cuestiones que tenían que ver con la política local.
“No money, no honey”. Esta es una frase trillada en Bangkok que Lee repite hasta el cansancio. Cuenta que al dejar China abandonó además a su esposa y su hijo, de quienes nunca más escuchó hablar. Si hoy le preguntas qué edad tiene su hijo, responderá “I am not sure. 56, I think”. Nunca más volvió a hablar con ellos. Por falta de dinero no puede volver a su tierra. Por falta de dinero no puede contactarse con su familia. Si no tiene con qué mantenerlos, es mejor que no aparezca, opinan. “It is all about money. Like the song. Money, money, money”, y tararea el musical de Liza Minelli chasqueando los dedos de su mano izquierda.
Lee trabaja de 6 a 18 todos los días del año. Con lo que gana puede pagar la renta y la comida, que en Bangkok es cada vez más cara. “Todo lo que hago es trabajar. Usted es joven. Tiene hermanos, padres, amigos. Pero cuando es viejo como yo, se queda solo. Entonces trabaja, trabaja, trabaja. No le queda tiempo para pensar. Si piensa, se pone triste. Si se pone triste, se enferma. Si se enferma, no tiene quién lo cuide”.
El tránsito infernal demora aún más la llegada y el relato a este punto nos ha hecho llorar. Para cambiar el clima, le pido algo de música de su país. Lo cual asiente y dice: “Ahh ¿Quieres música de China? Pues bien, escucha esto”. Saca un CD grabado de la guantera del auto, lo pone en el estéreo y lo que suena a continuación sorprende.

Es la canción Obladí Obladá de Los Beatles, tan alegre, tan energética que invariablemente el clima denso que antes reinaba en el auto amaina. Lee intenta bajarse del auto para bailar en la calle. Lo hace, el tráfico es infernal. Hay seis carriles, tres de un lado y tres del otro, completamente atascados. Pienso que en cada una de esas filas hay al menos una historia como la de Lee. Y yo dirgiéndome a un lujoso centro comercial. La culpa cristiana me invade. Le pido que regrese al auto.
El hombre vuelve a tomar el control del volante y muestra los músculos de su brazo izquierdo. “Look. I am stroooong”, dice estirando la última estrofa de la frase. El CD de los Beatles continúa y entonces sigue cantando. “If you think too much, you are sad and sick. I try to be happy. I am ok. My heart is clean”. Y baila.

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