domingo, 10 de enero de 2016

Una melodía que no fue

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A simple vista, el antiguo cementerio del Champaquí parece un puesto abandonado. Un conjunto de piedras perfectamente ensambladas rodean el perímetro del camposanto. Adentro, las tumbas más antiguas están identificadas con una cruz herrumbrada. Las más viejas son de 1941. Las más modernas tienen nichos de cementos con fotos, placas de bronce y flores de plástico rojas. Los apellidos de los difuntos se repiten: Olguín, Pino, Merlo, Domínguez, González y pará de contar. De tanto en tanto, una mata de yuyos verdes corta con el gris del pedregal.
Osvaldo González, hijo de puesteros tradicionales, nos guía por el antiguo
cementerio. Foto: Mariano Paiz

Quien no esté apurado y tenga un mínimo ojo suspicaz, podrá darse cuenta de que por fuera del camposanto existe otro rectángulo más pequeño. También formado por piedras, el cubículo se ubica entre el cementerio viejo y el costado este del cerro La Mesilla.
Aquí yace Chichi Olguín, hijo del puestero Raúl Olguín, protagonista de una de las historias más tristes que se recuerden en la zona. Era muy joven cuando decidió quitarse la vida, tirándose por un precipicio. Más joven todavía cuando mató a su hermano de una cuchillada. Pero a criterio de los serranos, aunque haya sido chico para discernir, no merece ser enterrado dentro del camposanto. Debe permanecer afuera para no alterar a las almas que fueron bendecidas por Dios.
Todo comenzó una mañana de enero de 1979. En la casa del finado Oscar Torres, los perros empezaron a torear. Cuatro golpes secos sonaron en la puerta. Cuando el puestero abrió, se encontró con la cara pálida de su sobrino. Era Chichi Olguín que venía a pedirle un favor:
–Vaya tío a verla a la mamá. Está muy mal. Peleamos con el Titi y lo maté. Voy a presentarme a la Policía.
–¿Qué pasó? ¿Cómo fue?
–Discúlpeme tío. Me voy ya.
El joven disparó hacia la cuesta y enfiló para el cerro que se conoce como “Finado Merlo”, en honor a un antiguo puestero. Fue dejando rastros en el camino. Primero arrojó su peine. Continuó con su flauta. Más allá su saco y terminó con la bufanda. Se arrojó por el precipicio y cayó parado. Las botas se le clavaron en la tierra.
Durante 25 días seguidos, los 16 puesteros salieron a buscar al Chichi. No podían hallar el cuerpo. Las señoritas tenían miedo de salir por la noche. Se decía que el alma del joven andaba vagando por ahí. Cuando ya todos bajaron los brazos, Jorge Pereyra (hijo de la partera Rosario) divisó una bandada de caranchos que rondaba en uno de los pastizales. Volvió a casa de su madre que por ese entonces ya vivía con Marcos y le dijo:
 “Creo que lo vi al Chichi. Está en el precipicio, debajo del cerro Finado Merlo”.
Al día siguiente, alguien golpeó las manos en la casa de don Marcos. Otra vez los perros comenzaron a torear. Era Oscar Torres que había venido desde su puesto corriendo como lo hacía siempre: con las manos hacia atrás. Saludó a Domínguez con un abrazo y dos besos.
–El perro mío comió anoche algo. A mí me parece que tiene que haber hallado al Chichi. No era olor a carne de animal.
–Estás loco.
–Vine a ver si me acompañás a buscarlo.
–¿Qué hiciste con el perro?
–Lo tengo atado.
–Bueno vamos.
Y ahí partieron Oscar, Marcos y Jorge rumbo al cerro Finado Merlo, que a juzgar por lo que hallarían más tarde pasó a llamarse Finado Chichi. Una larga cabellera negra y crespa lo identificó al instante. No había más rasgos que se pudieran distinguir. El cuerpo estaba desgarrado por los caranchos. El olor nauseabundo provocaba arcadas en el pastizal. En algunos sectores sólo se divisaban los huesos. Se notaba que no había muerto al instante. Había caído y luego arrastrado en busca de una sombra. En uno de los aleros había enterrado su cuchillo.
El puesto de los Olguín, que supo ser epicentro de festejos, quedó abandonado durante mucho tiempo con los muebles y el resto de las pertenencias. Celestina del Rosario Torres, esposa de Raúl y mamá de los dos chicos, falleció el 5 de febrero de 1992. Desde ese día descansa en el camposanto del Champaquí. Pegadito está su esposo y su hijo Titi. Afuera se quedó el Chichi.

La tumba de Chichi, por fuera del cementerio, recuerda que no merece
la gracia de Dios. Foto: Mariano Paiz




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