domingo, 4 de enero de 2015

Viaje hacia las entrañas del Cerro Áspero

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Es verdad: el pueblo está escondido. Pero de ninguna manera murió. De aquí para allá se escucha el crepitar de la roca al ser escupida por la montaña. El grito de un obrero que da la orden de explotar la mina. El paso de una mula cansada de tanto acarrear. Una maestra llamando a sus niños a clase, una enfermera curando la herida. No señores, este pueblo nunca murió.
A través de paredes sumisas por los que hoy ingresan tercas matas de hiedra se puede sentir el alma del pueblo. Quien apoye su oído en los muros, escuchará el sonido de una antigua civilización: los Establecimientos Mineros Tungsteno Sociedad Anónima, más conocidos como la “mina del Cerro Áspero”, que están bien vivos.
Así como las ruinas mayas presuponen lo que alguna vez fue uno de los grandes imperios americanos, esta ciudadela da cuenta de lo que alguna vez fue parte del combustible de la segunda guerra mundial. Porque el material que se extraía de las minas iba a parar directamente a los ejércitos alemanes primero e ingleses después, que aprovechaban sus propiedades resistentes para hacer proyectiles de cañón.
Quien se anime a pasar la noche en las antiguas habitaciones de los obreros podrá escuchar sus lamentos. Quien ose adentrarse en las profundidades de la mina mayor sentirá la misma entraña de los cerros. El agua que escurre por las rocas, como la sangre por las venas. Agujeros con derrumbes, claustrofobia y sed.


Sin necesidad de armar grandes planes (basta con la mochila y provisiones para algunos días), los amantes de la montaña pueden conocer los míticos Gigantes o Champaquí. Pero muy pocas veces tenemos la chance de conocer las entrañas de esas formaciones milenarias. Entrar a Pueblo Escondido es vivir la roca por dentro.
Se trata del pueblo minero que comenzó a ser explotado en 1894, tuvo su esplendor durante la Segunda Guerra Mundial y finalmente murió en 1969. Durante todo ese tiempo, fue una especie de meca para devotos de la soledad. Para quienes se hartaban de los albores de la modernidad que a comienzos del siglo 20 ya imponía sus reglas, sus modas y también su esclavitud. A la mina del Cerro Áspero llegaban médicos, ingenieros y maestros que estaban hartos de la civilización, tal como lo retrató la película argentina “Con oro en la mano”, que data de 1940.
Pero también resultaba atractiva para obreros sin calificación que necesitaban unos pesos para alimentar a sus numerosas familias. De países vecinos llegaban mineros ansiosos por amasar fortunas pero que terminaban perdiéndolo todo gracias al llamado sistema inglés. Porque allá por los años 30 funcionó un mecanismo por el cual el obrero consumía diariamente todo lo que quisiera en la cantina. Pero a fin de mes debía rendir cuentas y la balanza terminaba en cero. La rotación de gente era alta, no solo por el riesgo del trabajo en sí, sino también por todo el dinero que perdía en bebidas.


Para llegar a Pueblo Escondido, se puede partir desde Lutti (pasando por Almafuerte) o por Merlo, en San Luis. Quienes opten por esta segunda opción, deberán andar 10 kilómetros en auto, por el camino conocido como "Cuesta del Sol". Unos metros antes del parador donde se practica parapente, hay que doblar al este. Los vehículos se estacionan en un puesto y luego hay que echarse a andar. Son 10 kilómetros más.
También existen otras dos opciones para entrar al pueblo. Una es la vía directísima por el "Puesto del Tono". La otra, por el camino oficial. Esta última demanda unos 5 kilómetros más, pero la recompensa es extraordinaria. Una panorámica del antiguo imperio se puede divisar minutos antes de llegar.
Una extensa ciudadela enmohecida es lo primero que se ve desde la cuesta. Baterías de edificios con y sin techos que se dividen a través de un extenso río. La primera impresión es que a este pueblo lo habitan antiguos espíritus olvidados. Que esta ciudadela está hechizada.


Hagamos un poco de historia. Un mineral valorado por sus propiedades resistentes fue para Pueblo Escondido lo que el oro para los conquistadores españoles. El tungsteno –de color negro brillante–, fue hallado por primera vez en este lugar en 1894 por el geólogo alemán Guillermo Bodenbender. Por su resistencia al calor y al impacto, era altamente codiciado en la industria bélica. Con él se hacían blindajes y proyectiles de cañón, acorazados y tanques de guerra. El auge de esta mina se dio en la Segunda Guerra Mundial. Para ese entonces, eran ingleses los dueños del imperio.
Pero valioso no significaba accesible. Este oro negro se encontraba en forma de ojos, entre vetas de cuarzo. Para extraerlo, había que formar galerías en la roca usando dinamita. Los explosivos lograban abrir las fauces del cerro y lograr que éste escupiera todo su material. Pero era tal el daño que a veces terminaba en derrumbe y ese desmoronamiento, en muerte.
Con el agua del río se separaban los metales, que eran transportados desde la mina mayor a la planta a través de un cablecarril. Hoy esa estructura mecánica puede verse, al igual que un surtidor que se encuentra en el camino. Quien sienta curiosidad por saber lo que sentían los mineros, podrá meterse en las entrañas del cerro, que mantiene sus fauces abiertas desde el día de la explosión. Si bien esta boca permanece sin cerrarse, hay que tener cuidado. Para llegar a la garganta muchas veces es preciso agacharse.
El hallazgo de tungsteno en China dio la estocada final a esta mina cordobesa y al vecino yacimiento de Concarán, en San Luis. Los asiáticos bajaron el precio del mineral por kilo y el Cerro Áspero dejó de ser atractivo para los inversores internacionales. El establecimiento cerró en 1969.



Ahora bien, una cosa es la historia y otra es la que se escribe hoy en este lugar. Porque no hay dudas de que alguna vez fue imperio pero de él, solo quedan un par de habitaciones enmohecidas que están invadidas por matas tercas. Puertas herrumbradas que alguna vez fueron verdes. Puentes colgantes que hoy tienen madera desvencijada. El presente de la mina del Cerro Áspero no se parece a la de la película de 1940. Es más cercano a la realidad con la que en 1992 se encontró Carlos Serra, actual administrador y responsable del nombre “Pueblo Escondido”.
El hombre estudió ciencias económicas y desde que se recibió se dedicó a andar por las sierras. Amante de la pesca y de la montaña, un buen día llegó a la antigua mina y quedó cautivado por su encanto. “Estaba todo sucio, tan arruinado que dolía. Las paredes estaban escritas y desarmadas. Supe que debía hacer algo. Armé un proyecto y me puse a trabajar. Al cabo de un tiempo, la administración era mía”, cuenta.
De a poco Serra logró recuperar algunos espacios, como las habitaciones de los mineros solteros. Una serie de 36 cuartos donde descansaban, de a cuatro por turno, los obreros que no estaban casados. Del otro lado del río, se quedaban los que venían con algún amor. La idea es que las mujeres quedaran a salvo de las garras de los que a  esta zona tan remota de la provincia llegaban sin pareja.




Pero pese al esfuerzo, en muchas zonas persiste el deterioro. Como en las viviendas que estaban destinadas al personal jerárquico, al dispensario y a la escuela. No hay duda de que aquí alguna vez hubo electricidad, calor de hogar a leña, pisos de mármol y puertas de hierro. Hoy hay plantas penetrando por los resquicios que dejan las grietas en las paredes, rosales invadiendo los techos descubiertos y pájaros haciendo nido en los murales con los que se contenía el río. Por más maquillaje que se ponga, nada puede contra las ruinas. El espíritu de los mineros sigue intacto en el lugar. Y su antiguo sufrimiento recarga las paredes. 

Fotografías: Pablo Luscubir



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