No hay mejor metáfora para describir lo que sienten Mary,
Lucía, Silvana, Fabiana. Las mujeres de los pescadores. Ellas conocen la hora
en que sus esposos salen a trabajar, para internarse en el incierto estómago
del océano mismo. Pero no saben a la hora que vuelven.
En cada partida el corazón se les estruja. La sangre se les va
del cuerpo, como las aguas se retiran de la playa. Y recuperan el flujo normal
de circulación con el alivio de saber que los hombres están otra vez en casa.
Cuando esos anchos hombros conocidos se asoman en el umbral de la puerta.
“Amor me voy en busca de algún atún. O de un tiburón. De
esos que se hacen rogar”, seguramente escucharán entredormidas. Y de ahí rezarle
a Dios para que el vientre habitado no de señales de alerta. O para que el niño
no despierte y pregunte otra vez por su papá. Y aunque un cantautor madrileño
pidió “que los que esperan no cuenten las horas”, es muy difícil para Mary,
Lucía, Silvana y Fabiana no dejar suspendido el corazón con cada partida.
Jean fue pescador en buena parte de sus 30 años. Una vez por
semana partía en una precaria carcasa de madera rumbo a los destinos inciertos
del mar. Barcas sin motor y con vela, a entera disposición de los vientos del
norte de Brasil.
Hasta que un buen día se dio cuenta del peligro que corría.
Y de todo lo que su mujer sufría. Por eso dejó el oficio que había aprendido de
generación en generación y se convirtió en mozo de un restaurante de la Rúa Do Forro de Jericoacoara.
Estos no son tiempos para soñadores.
Mientras saca un pargo del refrigerador y lo pone en la
parrilla, accede a contar su historia. “El de pescador, es un trabajo muy
sacrificado. En cada salida hay que navegar entre ocho y diez kilómetros para
recién poner el anzuelo. Las barcazas son muy débiles.Son canoas con velas,
muy poco resistentes a las inclemencias del tiempo”.
El hombre de 30 años agrega que, por cada salida, un
pescador regresa con entre veinte y treinta kilos de mercadería. Que el atún es
el bicho más difícil de pescar. Porque se está extinguiendo. Al igual que los
tiburones.
“Se sale a las cuatro de la mañana, pero no se sabe a la
hora que uno vuelve. Por eso decidí dejar los botes, aunque pescar es lo que
más me gusta hacer en el mundo”, cuenta con ojos tristes.
El pargo ya está listo. A Jean lo apuran para que deje de
conversar. “El pulpo asado es lo más rico que existe en el mundo –comenta-. Se
lo hierve por 15 minutos. Se lo pone a la parrilla, y listo. Vieran qué linda
sensación cuando uno lo saca del agua”. Y sus ojos vuelven a centellear.
Más información:
El transporte desde Fortaleza cuesta 110 reales. Un pargo en
el restaurante de Jean, 86.
Baiao de Dois (arroz, porotos negros y queso) a cuatro reales. Macaxeira (mandioca frita) a cinco reales.
Baiao de Dois (arroz, porotos negros y queso) a cuatro reales. Macaxeira (mandioca frita) a cinco reales.
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