domingo, 10 de agosto de 2014

Saben esperar las mujeres de Jeri

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Mary, Lucía, Silvana II, Fabiana IV. La mayoría de los botes de Jericoacoara tiene nombre de mujer. En esta playa paradisíaca del estado de Ceará, en Brasil, el mar se retira unos doscientos metros cada mañana. Los barcos encallan en la arena. Hasta que, horas más tarde, vuelven a bambolearse cuando el agua hubo regresado. Por la tarde.
No hay mejor metáfora para describir lo que sienten Mary, Lucía, Silvana, Fabiana. Las mujeres de los pescadores. Ellas conocen la hora en que sus esposos salen a trabajar, para internarse en el incierto estómago del océano mismo. Pero no saben a la hora que vuelven.
En cada partida el corazón se les estruja. La sangre se les va del cuerpo, como las aguas se retiran de la playa. Y recuperan el flujo normal de circulación con el alivio de saber que los hombres están otra vez en casa. Cuando esos anchos hombros conocidos se asoman en el umbral de la puerta.
“Amor me voy en busca de algún atún. O de un tiburón. De esos que se hacen rogar”, seguramente escucharán entredormidas. Y de ahí rezarle a Dios para que el vientre habitado no de señales de alerta. O para que el niño no despierte y pregunte otra vez por su papá. Y aunque un cantautor madrileño pidió “que los que esperan no cuenten las horas”, es muy difícil para Mary, Lucía, Silvana y Fabiana no dejar suspendido el corazón con cada partida.

Jean fue pescador en buena parte de sus 30 años. Una vez por semana partía en una precaria carcasa de madera rumbo a los destinos inciertos del mar. Barcas sin motor y con vela, a entera disposición de los vientos del norte de Brasil.
Hasta que un buen día se dio cuenta del peligro que corría. Y de todo lo que su mujer sufría. Por eso dejó el oficio que había aprendido de generación en generación y se convirtió en mozo de un restaurante de la Rúa Do Forro de Jericoacoara. Estos no son tiempos para soñadores.
Mientras saca un pargo del refrigerador y lo pone en la parrilla, accede a contar su historia. “El de pescador, es un trabajo muy sacrificado. En cada salida hay que navegar entre ocho y diez kilómetros para recién poner el anzuelo. Las barcazas son muy débiles.Son canoas con velas, muy poco resistentes a las inclemencias del tiempo”.
El hombre de 30 años agrega que, por cada salida, un pescador regresa con entre veinte y treinta kilos de mercadería. Que el atún es el bicho más difícil de pescar. Porque se está extinguiendo. Al igual que los tiburones.
“Se sale a las cuatro de la mañana, pero no se sabe a la hora que uno vuelve. Por eso decidí dejar los botes, aunque pescar es lo que más me gusta hacer en el mundo”, cuenta con ojos tristes.
El pargo ya está listo. A Jean lo apuran para que deje de conversar. “El pulpo asado es lo más rico que existe en el mundo –comenta-. Se lo hierve por 15 minutos. Se lo pone a la parrilla, y listo. Vieran qué linda sensación cuando uno lo saca del agua”. Y sus ojos vuelven a centellear.


Más información:
El Parque Nacional de Jericoacoara fue creado en febrero de 2002. Las 8,850 hectáreas conservan el ecosistema costero y preserva los recursos naturales. Sus paisajes más conocidos son las dunas que se mueven en forma de media luna. Y la formación rocosa formada de cuarzo de color anaranjada.
El transporte desde Fortaleza cuesta 110 reales. Un pargo en el restaurante de Jean, 86.
Baiao de Dois  (arroz, porotos negros y queso) a cuatro reales. Macaxeira (mandioca frita) a cinco reales. 




 











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