Let it go. Con esta frase es como Sirin y
Ratirose Supaporn resumen uno de los preceptos de Buda. No es que ellas como
seguidoras no tengan necesidades materiales. Lo importante es no quedar atado a
ellas. Lo mismo con los afectos, el dolor y el rencor. “Por ejemplo, yo ansío
este celular y lo tengo. No pasa nada con querer tenerlo. El tema es no ponerme
mal en caso de que lo pierda”. Quienes profesan el budismo insisten en que no
hay que aferrarse a nada. Ni material, no emocional. Y que el ser humano tiene
que lograr la autosatisfacción.
La casa de Ratirose (Rose) y su madre
queda a unas cuadras del mercado de Chatuchac en Bangkok. Fue construida hace 30 años por
los padres de Rose. Cuando ella cumplió los ocho, se mudaron. Hoy tiene 35 y
acaba de dar a luz a Tawan, que significa sol en tailandés. Al tiempo en que
construía su casa, Sirin, su mamá, plantó un mango que hoy supera en altura al
propio techo de la casa. “70 de los 100 mangos que da se lo comen las
ardillas”, explica la mujer de una manera muy particular. Mantiene el relato
con una seriedad de templo. Pero a la hora del remate, larga siempre una
carcajada. Los Supaporn viven en una armónica vivienda del noreste de Bangkok,
siguiendo las costumbres del lugar. En el techo tienen la típica casa de los
espíritus, donde suelen retirarse para rendir culto a su religión. En la ducha
hay piedras en el piso. Y fuentes con agua en distintos rincones. Abundan
además los floreros. Dos puertas de madera tallada separan la sala principal
del resto de la casa.
“Agrio, dulce y picante, la comida
tailandesa tiene que rendir estos tres atributos”, comenta Sirin al servir la
mesa. Distintos cuencos con variados platos, todos para compartir. Una sopa
picante, arroz, pollo y vegetales. “Los turistas suelen venir y tatuarse la
imagen de Buda. Nosotros consideramos que es una falta de respeto. Así como
comprar una estatua y ponerla sobre el piso. La imagen siempre tiene que estar
arriba. En un lugar donde nos pueda ver. La cabeza, al igual que los pies, son
para nosotros sagrados”.
Prueba de ello es que en una ocasión en
la que visitamos el centro comercial de Bangkok, los puentes peatonales estaban
cortados para el público. Al igual que la calle, ya que en instantes iba a
pasar la familia real. No entendíamos bien por qué tampoco podíamos circular
por arriba. A lo que nos contestaron: “Es imposible que alguien pueda pasar por
encima de la cabeza de la familia real. Es algo sagrado”.
Esta fue mi primera aproximación al
budismo. Espíritu que recién pude entender cuando estaba abandonando Tailandia.
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