viernes, 5 de febrero de 2016

De oficio, porteador

2 comentarios:
 
A veces es sólo cuestión de sueños. De saber identificarlos y poder ir hacia allá. Durante sus 33 años de vida, Nicazio Pacco Condori siempre ansió lo mismo: conocer la cuna de sus ancestros. La fuente de sabiduría para su civilización. Siempre quiso visitar Machu Picchu.

Pero nunca pudo costearse la entrada, pese a que para los peruanos el precio es más bajo en comparación con un extranjero. Contradicciones de la vida: al santuario lo visitan turistas de todas partes del mundo, pero permanece inaccesible para los pobladores del Valle Sagrado.

Este hombre, de mirada que se enciende de la emoción por su tierra,  habita en Paruparu, una comunidad ubicada a 15 kilómetros de Pisaq. Antiguamente, Machu Picchu era destino de peregrinos, durante la cultura quechua, en el siglo 16. Los creyentes partían desde Cusco, para ver la tierra de sus emperadores, los Incas, y pasaban por el poblado de Nicazio.

Hoy los cuatro días en que dura el Camino del Inca parten desde Ollantaytambo. El valor de la travesía ronda los 400 dólares, un monto inaccesible para Nicazio y los miembros de su comunidad. Por eso pronto
se dio cuenta de que existía un camino más corto para cumplir su sueño: convertirse en porteador. Cuatro miembros de su familia (Zenón, Damián, Francisco y el gurrumino Javier, de apenas 22 años) ya lo habían intentado.
Aquel 20 de marzo de 2015, Nicazio Pacco Condori estaba decidido a hacer historia. A las 7.30 de la mañana, tomó la traffic que lo conduciría derecho y sin escalas hacia su sueño. 

Con el ADN de los chasquis 
Antes de continuar con nuestra historia, tengo que hacer un parate para contarte qué significa ser un porteador. Ponete cómodo y prestá atención. Una visión simplista podría decir que son aquellos que acarrean con el peso de los turistas durante los cuatro días del Camino del Inca. Los que llevan garrafas, carpas, sillas y mesas, ollas y víveres por un límite de 25 kilos sobre la espalda, según estableció el Estado peruano.

Pero quien entable conversación con estos maravillosos seres, sabrá que ser porteador es mucho más que eso. Es encarnar el rol de sus antepasados: los chasquis. Ellos eran los que 
recorrían en postas los distintos poblados del Imperio Inca o Tawantinsuyo, que comenzaba en Huaca (Ecuador) y terminaba en Santiago de Chile.

Pasa que los Incas no acallaban las civilizaciones que formaban parte de su imperio. Pero sí pedían un porcentaje de su producción. ¡Menudo comienzo del capitalismo! Los chasquis recorrían cada uno de los caminos que integraban la red vial o Qapac Ñan transportando valiosa información. El ganado que crió tal poblado, los granos que cosecharon aquellos, cuánto corresponde a los reyes: todo lo computaban en los quipus, especies de ábacos formados con sogas anudadas.

Sí señores, los muslos de los actuales porteadores comparten ADN con las piernas de sus antepasados los chasquis.

Una torre de Babel
La traffic transportó a Nicazio desde Paruparu hasta Ollantaytambo. En el vehículo también estaban los otros cinco integrantes de su familia que iban a participar como porteadores de la expedición, excepto Damián que sería el chef y coordinador. Pero en el móvil además había gente extraña que hablaba distintos idiomas. Como si fuese una torre de Babel.

Fabian Gämperle, un suizo de 20 años; los amigos alemanes Simon Paulus y Oliver Kemper; una altísima chica holandesa, Dorieke Adema, de 23 años; y los latinos Audomar Venancio y quien escribe. También estaba Lizandro, el guía del grupo, quien aclaró que marzo era mes de lluvias. "La mejor época para realizar el Camino del Inca es julio porque coincide con el solsticio de invierno y el inicio de las celebraciones de la Pachamama", afirmó.

Cuando la traffic paró en Ollantaytambo eran las 8.30. Nicazio vio cómo los turistas se embadurnaban la cara con protector solar, estiraban sus piernas y ataban los cordones de aparatosas botas de trekking. Él apenas si llevaba unas gastadas sandalias de tiras cuero marrón. Mientras esperaba su turno para comenzar, en el puesto de control de Piscacucho, escuchó la primera explicación del guía Lizandro:

Cuando los españoles llegaron con sus bestias aladas y sus bolas de fuego a imponer con sangre su cultura, los Incas destruyeron los caminos hacia el templo sagrado, para que los colonizadores no lo pudieran encontrar. No fue sino hasta principios de 1.900 cuando un investigador de la Universidad de Yale, Hiram Bingham, se adentró por la selva. Y con el dato de dos familias, la de Anacleto Álvarez y de Toribio Richarte, llegó al corazón de la civilización. Dicen que también se manoteó varias reliquias.

Un agente de frontera estampó un sello en los pasaportes de los turistas. Clara señal de largada. Nicazio se calzó la mochila, sintiéndola pinchar directamente en sus riñones. Cuando traspasó el cartel que anunciaba el camino en inglés “Inka trail”, dio por comenzada su aventura.

Un trabajo es un trabajo
Los primeros cinco kilómetros le sirvieron de aclimatación. El paisaje alternaba verdes cuestas con arroyos cristalinos. De tanto en cuanto, su tío Damián preguntaba cómo se sentía. “Matadito, pero hay que acostumbrarse”, repetía casi como un mantra.

Tras dos horas de caminata a paso firme y apurado, llegaron a Llaqtapata, primer antiguo poblado que significa “Punto en el pueblo”. A la sombra de un árbol bebió un vaso de chicha morada. Y alcanzó a escuchar nuevas palabras del guía, que venía por detrás.

Desde lo alto del Llaqtapata se puede vislumbrar la magnificencia con la que fue edificada esta ciudadela. Las construcciones miran siempre hacia el este y se edifican en forma de terrazas, para evitar desmoronamientos. Se respeta la geografía del lugar, así como la montaña que se conserva intacta en su tamaño y forma. Aquellas estructuras circulares que miran hacia la salida del sol, son posiblemente un templo.


Nuestro personaje estrella retomó el camino y transitó otros siete kilómetros en dos horas y media. Así llegó a Wayllabamba, donde armarían campamento a 3000 metros sobre el nivel del mar. Los cinco integrantes de la familia Pacco Condori desarmaron las mochilas y se dispusieron a armar las carpas. La comitiva de turistas llegó minutos después. Durante esa tarea, una mujer de unos 30 años se acercó. Dijo llamarse Natalia y se presentó como periodista argentina. “Dejame que te ayude”, pidió la mujer.

Al comienzo, Nicazio se ruborizó. Ella le explicó que no estaba acostumbrada a que la sirvieran de ese modo. Quería colaborar. Aunque tímido, se dejó ayudar. Una vez armado el campamento, la chica se puso a conversar en la mesa de los porteadores. Llevaba una libreta roja en la mano.
– ¿Cómo es eso de cargar con tanto peso sobre las espaldas?–, preguntó.
– Ya estamos acostumbrados. Nuestros padres nos transmitieron el oficio de agricultor. En el campo, llevamos todo en la espalda. Habas, maíz, papas. Allá sufrimos más el peso, porque no tenemos descanso. A veces cargamos hasta 100 kilos para terminar rápido. Pero tenemos la ventaja de ser nuestros propios patrones–, contó Nicazio.
–En el campo ganamos poco. Producimos cebada, trigo, ulluco. Criamos vacas, chanchos, ovejas, cui. Pero si quieres mandar a tus chicos a la escuela, tienes que vivir del turismo. No nos quejamos. Un trabajo es un trabajo–, agregó Zenón.

Comenzaba a atardecer en el primer día del Camino del Inca. Damián se calzó el gorro blanco de cocinero y empezó con la merienda: mate de coca, maíz inflado y papas dulces tostadas. Para la noche, adelantó el menú: sopa de maíz molido, guiso de carne, papa y tomate. Para terminar, panqueques con dulce de leche (aquí le llaman manjar) y chicha morada.
Por la noche, una lluvia torrencial arremetió contra las carpas.

Run into the hills
El segundo día fue el más complicado para Nicazio. No sólo por la cantidad de kilómetros recorridos (nueve en cinco horas y media). Fue durísimo por la altura. Con el mismo peso de siempre, ascendió los 4.200 metros sobre el nivel del mar para contemplar la cima del Warmiwañusca. A su izquierda, el imponente Salkantay: montaña, volcán y Apu al mismo tiempo.

En el camino se acordó de su esposa, una artesana que conoció en el Mercado de Pisaq. Y de su hijo. Pidió fuerzas a los Apus y continuó cargando carpas, garrafas y varios litros de agua. Una vez llegada a la cima, armó una mesa con seis banquitos. Damián preparó mate de coca y maíz inflado con sal. Estaba atardeciendo cuando llegó el primer integrante del grupo: el alemán Oliver Kemper venía tarareando una canción de Iron Maiden: Run into the hills.

A paso lento y con las últimas bocanadas de aire llegó el último: el brasileño Audomar. El grupo se sentó a merendar. Y en la cima se escucharon un par de cánticos de cancha. Eran argentinos que habían logrado ascender. Con camisetas de fútbol gritaban: “Olé olé olé. Llegué, llegué”. Uno de ellos llevaba una remera de Boca.
–¿Alguna vez tuvieron que cargar a alguno de estos?–, preguntó la periodista.
–Já!–, contestó Zenón. –A mí me tocó bajar una gorda de 80 kilos en camilla. Le había dado mal de altura. No te imaginas cómo me aplastaba los riñones–.

Una vez acabada la merienda, Lizandro se paró de golpe. Con tono solemne, pidió a los turistas que lo siguieran. Terminó de subir lo que quedaba de la cuesta y se posó justo al lado de un montoncito hecho con piedras. Era un altar.
“Vamos a hacer una ofrenda a los dioses. Les pido que saquen tres hojas de coca y repitan conmigo”. Tomó las hierbas y sopló tres veces hacia el este. Repitió lo mismo en dirección opuesta. “Apu, apu, Salkantay”, recitó cerrando los ojos. La piel se te erizaba como por arte de magia.

Un camino sin peso
Tal como pronosticó el guía Lizandro, el tercer día amaneció lluvioso. Los caminos, humedecidos. Pese a que el Estado provee modernas botas de trekking a los porteadores, ellos prefieren las sandalias. Más tarde, Francisco contará que las eligen para andar más livianos. “Es lo más cómodos porque si no, el riñón se te malogra”.
Dos especies se distinguen en los primeros cuatro kilómetros lluviosos rumbo a las ruinas de Sayacmarca. Por un lado, los turistas que sudan la gota gorda. Portan litros de agua, bastones de trekking y botas de última generación. Por otro, los saltimbanquis porteadores traspasan a los primeros, con sus sandalias que no patinan, a increíble velocidad. Parecen nunca cansarse, pero se agitan y de tanto descansan masticando unas hojas de coca.

Las primeras ruinas comienzan a aparecer. Es señal de que pronto llegaremos a destino. Las increíbles Phuyupatamarca y Wiñayhuayna, a cuatro y siete kilómetros de distancia, respectivamente. En estas últimas se abre un camino que serpentea hasta el campamento donde se montarán las carpas por última vez.
Divisar ese sendero, en forma zigzagueante, es como tocar el cielo con las manos. Es estar en la gloria, porque lo que falta es muy poco. 
Una fila de turistas se la vio sentados contemplando el paisaje. Nicazio respiró y sintió que semejante esfuerzo había valido la pena.

Por la noche, la despedida. El cocinero Damián preparó una torta con glasé multicolor. Sólo cinco kilómetros restaban para llegar a las ruinas, que se harían al día siguiente sin el peso de las carpas. En la última cena, una chicha morada te hacía decir boludeces.

Cuando los turistas terminaron de comer, Nicazio levantó los platos en silencio. En eso, uno de los turistas pregunta si el esfuerzo había valido la pena. A lo que él contestó, sin levantar la vista: “Gracias a la Pacha que nos dejó llegar a destino. Porque un solo dios tenemos, que es la tierra. Sin ella, no tendríamos producción”.

Al filo de la última noche, la periodista argentina escribía estas palabras en su cuadernito rojo:


Porque todo lo que empieza acaba puedo decir que se ha terminado una de las más hermosas experiencias de mi vida. Machu Picchu fue un camino más que una llegada. Un peregrinar. Un andar por la vida libre y sin miedos.
Comencé este viaje pidiendo a los Apus que se llevaran lejos mi terrible necesidad de controlarlo todo. Hoy mi vida completa se la entrego a los dioses, que habitan estas montañas sagradas. Eso me hace amarlas aún más.
Cómo no ansiar viajar. Cómo no amar sentirse libre, aunque sea tan sólo tres semanas al año. Aunque tenga que dormir tres noches en carpa y terminar oliendo a perro mojado. Hoy puedo decir que no hay forma de llegar a destino sino sin peso, sin carga ni culpas. Dejando el alma en cada salida. 
Apu apu Salkantay. 



Quienes quieran visitar la comunidad de Paruparu podrán compartir la estadía de una tarde en el Parque de la Papa. Los interesados pueden contactarse con la familia Pacco Condori al 974437567 o al 950640852.

Los interesados en realizar el Camino del Inca, pueden contactarse con la Agencia de Turismo Pumas Trek Perú que está ubicada en el Portal Comercio 141 oficina 4, segundo piso. O a los teléfonos (084) 256044 984672222. Pueden visitar la página www.pumastrekperu.net o escribir al mail pumastrekperu@hotmail.com

Para alojamientos en Cusco, nada mejor que el hostel Kokopelli. Escriban de mi parte a cusco@hostelkokopelli.com

2 comentarios:

  1. Encuentro sin querer tu relato y me sorprendo...Similitud impactante con mi experiencia en el Salkantay...Brillante testimonio de tu "cuadernito rojo"

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Muchas gracias Eric querido. Contanos aquí si quieres cómo fue tu experiencia.

      Eliminar

 
© 2012. Design by Main-Blogger - Blogger Template and Blogging Stuff