Lograr que quepan cuatro mochilas con sus respectivos aislantes,
dos carpas con sus respectivos parantes, botas doble, crampones, piquetas más
medio kilo de nueces y almendras en un baúl cubierto por un tubo de GNC sería
una odisea para cualquiera. Pero no lo es para Jorge Tarditti (alias “El Yuyo”)
quien comandará –junto con Diego Almeida- el viaje desde la ciudad de Córdoba
hacia Mendoza, vía Altas Cumbres.
“Desarmen las mochilas. Apilen de a una por vez”, indica el Yuyo,
mientras disecciona en tres cada equipaje. Botas por un lado, ropa por el otro.
Así fuimos apilando los bultos entre los restos del baúl, el asiento trasero y
el hueco de abajo de los delanteros. ¿Que falta cargar las botas doble de
Diego? Yuyo bromea: “No importa, las colgamos del gancho del acoplado y
simulamos que somos recién casados”.
Cuando el contador del Renault Clío Rojo se puso en cero ya eran
las 12.15 del miércoles 16 de Julio. Conductores y acompañantes se ubican en
sus puestos. En el asiento de atrás, Milu y yo quedamos apiladas entre una
montaña de bolsos y bolsitas. Diego se da vuelta y dice: “Si quieren rock and
roll, vengan con el Yuyo”.
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El sol palpita sus últimos vestigios en
la ruta que une San Luis con Mendoza. En el asiento delantero del Renault Clío
rojo alguien da vueltas un pasacasete. La voz del Flaco Spinetta atenta contra
la vigilia y hasta el más liviano de los párpados se da por vencido y se
cierra. No sé si en sueños o despierta (a quién le importa, ambos son reales a
su manera) recuerdo aquellos eternos viajes de mi infancia rumbo a Mar del
Plata junto a mis papás y mi hermana. En los que María Elena Walsh se escuchaba
una y otra vez. Alternándose entre el Lado A y el Lado B de un casete gastado.
Ruta
infinita
Desierto
sin respiro
Camino
sin curvas
Y
un sol al atardecer
Viaje
en círculos
Que
nunca se cierran
Quién
sabe qué cosas
Has
de traer
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Para algunos, el confort reside en un
hotel cinco estrellas: pileta climatizada y desayuno buffet. Para otros, en un
refugio de montaña con vista a los Andes nevados. Algunos transitan por la vida
hasta alcanzar la casa con patio y perro. Otros, transitan por transitar. En
rutas eternas y mochilas gastadas, conscientes de que el camino es incluso
mejor que la señal de llegada. Aquel viernes 18 de julio, 14 participantes y
cuatro instructores de la
Escuela Técnica de Montaña del Club Andino Córdoba (CAC)
amanecimos en el refugio Mausy, en Vallecitos, Mendoza.
La noche anterior había estado movida.
El clásico partido de Truco terminó con caras largas. Andrés y Diego “Aaainz”
casi duermen afuera después de la rutilante actuación de Ezequiel y quien
suscribe. A la partida se le sumó la guitarra de Nicolás y las estrofas de Juntos
a la Par entonadas
por la Cuqui. Fue
tal el alboroto que armamos que un pobre montañista, que de paso estaba, no
pudo pegar un ojo en toda la noche.
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Después de desayunar comenzamos la
marcha rumbo a La Veguita Inferior ,
donde armaremos campamento, a 3.150 metros sobre el nivel del mar. “La vega”
significa vallecito húmedo. Y aunque en invierno se pone muy seco, en épocas de
calor florece un pastizal. Es una depresión por la que corre el agua de dos
ríos.
Esta es nuestra primera prueba de
fuego porque ascenderemos con peso por una cuesta que alterna nieve y piedras.
Y que está surcada por un río que por supuesto corre en sentido contrario.
A paso lento, como bostezando,
iniciamos con Raúl (alias “el doc”) el ascenso hasta el campamento. Vamos cargados
con las carpas y comidas para dos noches. Hay piedras que se desmoronan y hielo
que no ayuda a compactar. Pero qué más da, el placer de enterrar los bastones
en la nieve blanquísima es sólo comparable con la sensación de reventar las
burbujas de una bolsa de embalar.
La mitad de los elementos de mi
mochila son prestados: pantalones de mi hermana, bastones de mi amiga Paula,
camiseta de Sol; bolsa de dormir, aislante, lentes, manta térmica y mitones de
Gallega y Marquitos. Pienso en qué ameno se hace el camino con el apoyo de la
gente querida.
Raúl se vuelve sobre sus espaldas
y dice: “¡Qué camino tan escarpado!”. Y es cierto, la pendiente es muy aguda.
Más de una vez nos asalta la idea de tomar el camino más corto. Lanzarnos sobre
el río escarchado y descender. Pero aunque cueste, la senda es siempre
hacia adelante. Nunca para atrás.
Conscientes de que si la voluntad se marcha, seguro queda un bastón en el que
apoyarse. O una huella a la que seguir.
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¿Serán las 12 del sábado 19 de julio?
¿Quién sabe? ¿Tiene algún sentido traer reloj a la montaña? Aquí el tiempo no
está marcado por los caprichos de un invento del hombre. Las pausas están dadas
por la Naturaleza.
Sólo ella determina cuál es el momento para ascender, bajar o
acostarse. Y a veces lo hace sin preguntar. De la forma más abrupta posible.
El caso es que se nos hizo tarde
para el ascenso. A las 9 abandonamos el campamento y partimos hacia la Veguita Superior.
Allí seguimos por el canalón que une los cerros Adolfo Calles y Stepanek, y
continuamos el ascenso hacia este último. La inclinación rondaba entre los 35 y
40 grados.
Es un trayecto complicado, de
acarreo muy suelto. A medida en que subimos, la nieve se conforma en manchones
más grandes. Más que ayudar, molestan porque humedecen el suelo y el riesgo de
desmoronamiento es mayor. Tardamos mucho en subir, por eso ahora tenemos que
apurar la marcha.
Con infinita paciencia, el
instructor Diego Molina nos indica cómo colocar los pies de costado para no
caer. El mal de altura comienza a golpear en forma de dolor de cabeza
persistente. Y Claudia, su novia, nos dice que hay que llenar los pulmones de
aire. Y que es preciso hidratarnos bien.
Así las cosas, llegamos tarde a la
falsa cumbre, más conocida como “Canchita de Fútbol”. Yuyo pide acelerar el
paso. Por prudencia, tenemos que hacer cumbre como máximo a las 14.15. “Los que
caminan lento, por favor se quedan”, grita. Aunque llevaba un ritmo pausado,
confieso que en ese momento no dudé en continuar. Sólo en ese momento.
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En la Canchita de Fútbol se
abre un camino que conduce hacia la cima del Stepanek. Pero está cubierto de
nieve. Por eso optamos por otra vía, más directa pero empinada. Como el casete
del Flaco Spinetta, vamos hacia la cumbre, pero por el Lado B.
A medida que ascendemos el riesgo
es mayor. La nieve humedece el suelo. Las piedras descarrilan por doquier. Las
botas se incrustan en el hielo y el sol multiplica su impiedad al reflejarse en
la nieve. No hay tiempo para fotos. Estamos muy ocupados en sobrevivir.
Las piedras, al desmoronar, suenan
como un trueno seco. El agua comienza a escasear. Mi cerebro le ordena a mis pies
que reaccionen. Pero éstos no le hacen caso. Por primera vez tomo conciencia
del riesgo al que me veo expuesta.
Al ver lo empinado del asunto me
invade el miedo. O, mejor dicho, uno de sus disfraces: el vértigo. Mis piernas
se paralizan. Luego comienzan a temblar. Por vez primera digo: “Me planto. No
doy más”.
Como flashes, me asaltan todas
aquellas situaciones en las que también dije: “No puedo”. En forma de destellos
veo pasar miedos, angustias y sarampiones del pasado. Estoy plantada, plantada.
Nico y Eze acuden al auxilio. El
primero me marca los pasos. El segundo, con palabras de aliento. La cumbre está
más cerca. El Yuyo ya la ha alcanzado.
No recuerdo cómo ni cuándo pero
respiré hondo. Tan hondo como sospecho lo hice la primera vez que abrí los ojos
al mundo. Y llegué. Llegamos. Con los dedos partidos y un llanto de liberación.
Miedos, angustias y sarampiones se quedaron abajo.
Excelente relato Nati!!! Lleno de sensaciones y emociones, logras que al leer este relato se meta uno en tu piel y sienta todas las sensaciones, sentimientos, pensamientos y sobre todo la voluntad de seguir adelante a pesar de las dificultades y sacrificios. Me encanto muchísimo, escribes con pasión y transmites en uno un montón de sensaciones y sentimientos. Abrazos Eze
ResponderEliminarSe me dio por volver a leerlo!! ❤️
ResponderEliminarAbrazo gigante Nati!!
Andy 😁